El otro día escuchaba canciones sobre quemar todo y dejar cenizas, sobre rendirse como equivalente a coraje y sólo me reí y dije "Ah, la comprensión lectora está muerta". ¿De qué sirven libros y libros si no hay pensamiento crítico detrás?
Cuánto será performativo, al final. Estás grandes muestras de 'no me importa' que se caen a pedazos sin que yo tenga que soplar siquiera, cuando los fantasmas deambulan tan cerca, tan en mis narices, que hasta yo me pregunto qué es lo que pretenden encontrar en estas tierras.
Yo no huyo de los fantasmas. Los saludo, los respeto, les invito a visitarme aunque no vuelvan. Los fantasmas pertenecen a estos lugares igual que yo, y quemarlos sería, sobre todo, una falta de respeto a mí misma.
Los fantasmas no se pueden quemar.
En estas fechas llenas de fantasmas los oigo deambular en mi propia cabeza, no sé si visitarán ya, y no lo quiero averiguar tampoco. Dejo estos espacios como un ático por el que paseo de vez en cuando reacomodando cosas. Pero principalmente hago nuevas memorias y converso con los vivos.
Los fantasmas me acechan cuando miro un puntito en el mapa y escribo una letra "c" en pixeles, pero no lo continúo, y me voy a pensar en besos y cadenas rotas, en almas gemelas que duermen juntas a pesar del miedo de volver a amar. En el último mes, he pensado en todas esas señales que se me pasaron. Con el tiempo libre después de mi operación, he armado nuevas cosas, memorias lindas. He dibujado un montón.
En el cielo está ese otro fantasma que atormenta a mi retoño, ese nacido bajo las estrellas de la doncella.
Pero está bien, le digo. Pasará, y serás feliz.