domingo, octubre 18, 2015
lunes, septiembre 28, 2015
El cuchillo con mango amarillo
Ayer me acordé de ti.
Estábamos almorzando y me puse un cuchillo especial. Uno feo que no corresponde a la colección bonita que tenemos para comer —ya no está completa, se nos perdieron algunos—, pero corta bien. Me acordé de mi mamá, que tiene su cuchillo regalón. Y te di y tu cuchillo con mango amarillo.
Al menos, al principio se veía lo amarillo, lo usaste tanto que en sus últimos días el mango era una cosa amorfa llena de cinta. Desde que tengo memoria te vi usarlo para pelar verduras y cortar cosas; los vestidos/delantales, el cuchillo amarillo y mi abuelita preparando una sopita rica. Creo que ha sido uno de los recuerdos que más me ha hecho sonreír porque me habla de lo cotidiano, y lo cotidiano, contigo, significa que estuviste cerca, ahí, siempre.
Es chistoso cómo funciona la muerte, al menos conmigo. Siempre que pienso en ti o te hablo me da por tutearte. Es raro porque nunca lo hice cuando estabas viva. Pero hablarte de usted no sé por qué no me sale; no sé si se debe a que tuteándote te siento más cerca... Honestamente, creo que es al revés: si no lo hago, te siento demasiado lejos. Más lejos de lo que puedo aguantar, y eso es un problema porque no me consuela irte a dejar flores al cementerio, no me consuela recordarte como lo hace el resto. Te recuerdo, sí, y te adoro cada día, te pienso y sonrío, pero no me satisface hacer cosas acá cuando ya no estás.
Por eso converso contigo en mi cabeza, cuando mi mamá se pone a rezar frente a tu nicho. No sé cuántas veces te he pedido disculpas por esos ratos que pude haber pasado contigo pero que no pesqué porque fui tonta; es complicado, porque sé que ya fue, que hay otro montón de momentos que sí pasamos, que sí fueron preciosos y únicos y de las dos y que no tiene mucho sentido lamentarse a estas alturas. ¿Lo peor? Sé que a ti no te gustaría que me lamentara. Me hablarías con ese tono tan tuyo: "No piense en esas cosas, mijita". Pero, pucha, soy humana y me frustra el tiempo.
Me frustra por la nieta que no viste. No sufro tanto por el anillo de oro que no me gané cuando aún ibas a mis premiaciones en La Ssalle, pero sí por la Catalina que no te pudo cantar todo lo que hubiese querido. Me frustra tanto que mi voz haya agarrado vuelo después de que te fueras, porque aún me acuerdo cuando me temblaba la voz a los ocho años pero canté igual en el escenario porque mi abuelita estaba de cumpleaños y yo le dedicaba esa canción que tanto le gustaba. Y creo que de no ser por ti, abuelita, nunca le hubiese puesto tanto amor a cantar.
Ni en tu funeral sabía cantar todavía. Qué triste.
Sé que esta nieta de ahora te tendría muy orgullosa. No soy ni por asomo la mejor y me queda aún tanto, tanto por crecer, pero la magia contigo es que uno se sentía genial solamente con saber que estábamos convirtiéndonos en mejores personas. Siempre decíamos con mi papá que eras como Muriel de Coraje, con ese pelo blanquito y nebuloso y tu sonrisa llena de amor, con esa paz de abuelita tierna que nadie más tenía. Sé que te podría decir ahora "abuelita, voy a hacer doblaje de monos chinos" y tú serías mi fan número, sin importar si entiendes mucho o no; que te podría cantar con esa voz más confianzuda de ahora y me dirías "¡Bravo, bravo, bravo!" aunque desafinara un poco. Y aunque no fuera eso, abuelita, aunque fuera sólo uno de esos estornudos que remecían toda la casa, aunque fueras tú acostada con mi hermana, o gruñéndole al John porque te olfateaba la comida. Me faltó tiempo y te quiero aquí.
Es como adecuado que el único que esté viéndome escribir esto es el Gaspar. Un regalo, un pedacito tuyo más que estoy segura también te extraña. Todos los días, como yo, no sólo hoy que estás de cumple. Cuando apareces en mi cabeza trato de hablar contigo porque me da susto llorar si hago otra cosa —mírame hoy, que te escribí y acabé moqueando y con los ojos hinchados—. No sé si estoy voy a terminar esta... ¿carta? ¿Desahogo? No se ve como que tenga un verdadero fin, porque podría llenarla de más cosas: de cómo me hiciste pegarle a mi primo cuando me tiró un Kame Hame Ha y me dejó sangrando la nariz, de cuando te acercabas y me decías "¡Ñau! Te como" y yo me deshacía en risas, de cómo me hiciste mi primera sopita. De cómo fuiste mi segunda mamá. De cómo los recuerdos del día que te fuiste están teñidos de un color feo y lento.
Puedo cortar esto diciendo, eso sí, que ahora tú y yo somos algo así como una conversación constante; a veces se pausa, pero nunca se corta. Algo que está como por debajo, cerquita del corazón, a mano para cuando lo necesito. Mira hoy, por ejemplo, que de un momento a otro me di cuenta que el cuchillo con mango amarillo se fue contigo.
Estábamos almorzando y me puse un cuchillo especial. Uno feo que no corresponde a la colección bonita que tenemos para comer —ya no está completa, se nos perdieron algunos—, pero corta bien. Me acordé de mi mamá, que tiene su cuchillo regalón. Y te di y tu cuchillo con mango amarillo.
Al menos, al principio se veía lo amarillo, lo usaste tanto que en sus últimos días el mango era una cosa amorfa llena de cinta. Desde que tengo memoria te vi usarlo para pelar verduras y cortar cosas; los vestidos/delantales, el cuchillo amarillo y mi abuelita preparando una sopita rica. Creo que ha sido uno de los recuerdos que más me ha hecho sonreír porque me habla de lo cotidiano, y lo cotidiano, contigo, significa que estuviste cerca, ahí, siempre.
Es chistoso cómo funciona la muerte, al menos conmigo. Siempre que pienso en ti o te hablo me da por tutearte. Es raro porque nunca lo hice cuando estabas viva. Pero hablarte de usted no sé por qué no me sale; no sé si se debe a que tuteándote te siento más cerca... Honestamente, creo que es al revés: si no lo hago, te siento demasiado lejos. Más lejos de lo que puedo aguantar, y eso es un problema porque no me consuela irte a dejar flores al cementerio, no me consuela recordarte como lo hace el resto. Te recuerdo, sí, y te adoro cada día, te pienso y sonrío, pero no me satisface hacer cosas acá cuando ya no estás.
Por eso converso contigo en mi cabeza, cuando mi mamá se pone a rezar frente a tu nicho. No sé cuántas veces te he pedido disculpas por esos ratos que pude haber pasado contigo pero que no pesqué porque fui tonta; es complicado, porque sé que ya fue, que hay otro montón de momentos que sí pasamos, que sí fueron preciosos y únicos y de las dos y que no tiene mucho sentido lamentarse a estas alturas. ¿Lo peor? Sé que a ti no te gustaría que me lamentara. Me hablarías con ese tono tan tuyo: "No piense en esas cosas, mijita". Pero, pucha, soy humana y me frustra el tiempo.
Me frustra por la nieta que no viste. No sufro tanto por el anillo de oro que no me gané cuando aún ibas a mis premiaciones en La Ssalle, pero sí por la Catalina que no te pudo cantar todo lo que hubiese querido. Me frustra tanto que mi voz haya agarrado vuelo después de que te fueras, porque aún me acuerdo cuando me temblaba la voz a los ocho años pero canté igual en el escenario porque mi abuelita estaba de cumpleaños y yo le dedicaba esa canción que tanto le gustaba. Y creo que de no ser por ti, abuelita, nunca le hubiese puesto tanto amor a cantar.
Ni en tu funeral sabía cantar todavía. Qué triste.
Sé que esta nieta de ahora te tendría muy orgullosa. No soy ni por asomo la mejor y me queda aún tanto, tanto por crecer, pero la magia contigo es que uno se sentía genial solamente con saber que estábamos convirtiéndonos en mejores personas. Siempre decíamos con mi papá que eras como Muriel de Coraje, con ese pelo blanquito y nebuloso y tu sonrisa llena de amor, con esa paz de abuelita tierna que nadie más tenía. Sé que te podría decir ahora "abuelita, voy a hacer doblaje de monos chinos" y tú serías mi fan número, sin importar si entiendes mucho o no; que te podría cantar con esa voz más confianzuda de ahora y me dirías "¡Bravo, bravo, bravo!" aunque desafinara un poco. Y aunque no fuera eso, abuelita, aunque fuera sólo uno de esos estornudos que remecían toda la casa, aunque fueras tú acostada con mi hermana, o gruñéndole al John porque te olfateaba la comida. Me faltó tiempo y te quiero aquí.
Es como adecuado que el único que esté viéndome escribir esto es el Gaspar. Un regalo, un pedacito tuyo más que estoy segura también te extraña. Todos los días, como yo, no sólo hoy que estás de cumple. Cuando apareces en mi cabeza trato de hablar contigo porque me da susto llorar si hago otra cosa —mírame hoy, que te escribí y acabé moqueando y con los ojos hinchados—. No sé si estoy voy a terminar esta... ¿carta? ¿Desahogo? No se ve como que tenga un verdadero fin, porque podría llenarla de más cosas: de cómo me hiciste pegarle a mi primo cuando me tiró un Kame Hame Ha y me dejó sangrando la nariz, de cuando te acercabas y me decías "¡Ñau! Te como" y yo me deshacía en risas, de cómo me hiciste mi primera sopita. De cómo fuiste mi segunda mamá. De cómo los recuerdos del día que te fuiste están teñidos de un color feo y lento.
Puedo cortar esto diciendo, eso sí, que ahora tú y yo somos algo así como una conversación constante; a veces se pausa, pero nunca se corta. Algo que está como por debajo, cerquita del corazón, a mano para cuando lo necesito. Mira hoy, por ejemplo, que de un momento a otro me di cuenta que el cuchillo con mango amarillo se fue contigo.
miércoles, agosto 12, 2015
Mmmm.
Sí, mucho "mmm". No sé si el huracán-no-huracán me agitó o tranquilizó, pero, definitivamente, algo movió. O me moví yo y el resto solamente coincidió, como cuando los científicos locos gritan "¡ESTÁ VIVO!" mientras se ríen y los relámpagos deciden que quieren acompañar.
Es como sentirse rodeada de ozono; no sabes si los rayos vienen o se van. No sé si estoy tranquila porque sobreviví una tormenta —puede o no puede que supiera de ella— o si esta tranquilidad es nada más como ese rayo de sol entre las nubes, cuya sonrisa cálida te dice "afírmate, que esto nada más está comenzando".
Siempre he arrugado la nariz cuando alguien dice "qué feo que está el clima", no me gusta ser fatalista.
Después de todo, el agua que cae del cielo sirve para matar la sequía.
Es como sentirse rodeada de ozono; no sabes si los rayos vienen o se van. No sé si estoy tranquila porque sobreviví una tormenta —puede o no puede que supiera de ella— o si esta tranquilidad es nada más como ese rayo de sol entre las nubes, cuya sonrisa cálida te dice "afírmate, que esto nada más está comenzando".
Siempre he arrugado la nariz cuando alguien dice "qué feo que está el clima", no me gusta ser fatalista.
Después de todo, el agua que cae del cielo sirve para matar la sequía.
miércoles, julio 22, 2015
viernes, junio 26, 2015
Ser un botón.
Existen cosas que pueden hacerte retroceder en el tiempo: Un aroma, una canción, pequeños vistazos de una memoria a medio borrar.
A veces vienen de forma más sutil, como me pasa a mí: Un sueño medio borroso con vampiros que se aparecen para recordarme cumpleaños que ya no memorizo —al menos, no conscientemente—. Retazos de páginas llenas de aroma a bosque y lluvia. Una moto, un amigo. Otra amiga que sigue volando por ahí, pero que no está del todo.
Y otras cosas que en su propia particularidad no son menos increíbles (e hilarantes, ¿quién diría que algo así pasaría?); que me revuelven de pies a cabeza, que medio me desarman y rearman en un ser que no es del todo yo. Una persona con el corazón más ligero, con la creatividad algo más pegada a los dedos y la voluntad puesta en sitios diferentes. Alguien más oveja que pájaro, que se siente desorientada al quedar parada en el lugar de la yo de hoy. ¿Cómo la puedo culpar?
Al final, estoy segura que ambas nos miramos un buen rato, ninguna de las dos muy segura de qué diablos hacer.
miércoles, abril 08, 2015
Un pensamiento.
Es muy gracioso lo que hace la percepción. De pronto hay gente ahí, alrededor tuyo, pero cuando miras más detenidamente ese "de pronto" resulta haber sido un poquito más largo de lo que pensabas, y ese "ahí" se vuelve un ahí.
Me recuerda un poco a lo que dijo una amiga sobre el Big Bang, y como ella y yo éramos partículas muy pegaditas en ese instante donde todo comenzó, que por eso ahora es tan fácil seguir así de juntas, aunque parezcamos seres distintos por fuera.
Entonces, es ahí donde me pregunto: ¿Cuántas partículas habrá realmente orbitando cerca de mí? A escondidas, disfrazadas de gente que en un principio parece tan lejana como la Vía Láctea y Andrómeda.
Pero que —eventualmente, tal como esas dos galaxias— están destinadas a colisionar y fusionarse.
Me recuerda un poco a lo que dijo una amiga sobre el Big Bang, y como ella y yo éramos partículas muy pegaditas en ese instante donde todo comenzó, que por eso ahora es tan fácil seguir así de juntas, aunque parezcamos seres distintos por fuera.
Entonces, es ahí donde me pregunto: ¿Cuántas partículas habrá realmente orbitando cerca de mí? A escondidas, disfrazadas de gente que en un principio parece tan lejana como la Vía Láctea y Andrómeda.
Pero que —eventualmente, tal como esas dos galaxias— están destinadas a colisionar y fusionarse.
domingo, enero 25, 2015
Zienab Hamdan — The day when the tables turn
Two years later
A girl sits in front of her ex lover.
He doesn’t say a word
And her heart doesn’t ache for him anymore.
Her hair is longer than it’s ever been.
She is even more beautiful than the day he left her.
And at that moment,
He panics.
He lost her.
And he can never have her back.
He can just watch her be beautiful
And in love
With someone else.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)