Subir uno a uno los escalones, queriendo que el momento se extienda el mayor tiempo posible. Nervios. Las luces apagadas y las manos frías. Pasos torpes y la sensación de miles de ojos atentos a cada movimiento. El camino acaba y sólo queda el ponerse frente al micrófono. ¿Se podrá escuchar algo sobre el atronador sonido de los latidos del corazón en los oídos? ¿Dejarán de temblar las manos? Probablemente no, pero no importa mucho, el show sigue aún cuando uno está nervioso.
El micrófono está al frente, demasiado alto, y no queda otra que ponerse de puntitas para alcanzarlo. La música suena, tan conocida que probablemente podría tararearse al revés.
Respirar profundo, cerrar los ojos y refugiarse en el amor a la música. Cantar.
Cantar.
Y todo sale bien, pues, en aquel momento, no hay nada más maravilloso e importante en todo el universo.
Hace mucho que no tengo el privilegio de escucharle, pero siempre fue una experiencia bastante bonita. Me resulta conmovedor leer sobre lo que ocurre tras esa voz tan dulce, y me hace esperar con impaciencia la próxima oportunidad de oírle. Nunca deje de cantar.
ResponderBorrarSaludos.