viernes, junio 05, 2020

A veces me gusta pretender que el viento y yo somos cómplices.

Mientras camino, finjo que una fuerza invisible toma nota de mis pasos. Esta entidad observa cuidadosamente mientras cruzo la calle y le sonrío a las hojas en el suelo. Pausa un segundo, justo como yo, cuando la accidental paleta de colores —un pedacito de arte en medio de lo cotidiano— me roba el aire de los pulmones. Quizás, igual que yo, busca desesperadamente cosas bonitas para sentirse bien.

Y ahí es donde nuestra camaradería empieza. Un acuerdo implícito del que ninguno de los dos habla. Yo soy el cuerpo, la materialidad que tanto ansía; el viento es esa extensión invisible a la que no puedo acceder: la magia de diario. Yo doy un paso tras otro, con las manos en los bolsillos porque hace un poco de frío, y la brisa mueve los árboles y mi pelo, y vuelvo a sonreír porque sólo puedo imaginar cómo se ve desde fuera. Un trozo de arte, yo también.

En ocasiones nos volvemos un lienzo completo; el viento, las hojas, el cielo y yo: una mezcla de palpitaciones, luz y sombras que acompañan la más grande explosión de colores, el espectáculo diario cronometrado para mis ojos. Lilas, rosas, naranjas suaves, las nubes, suaves también, mi corazón acompañado en la suavidad.

El viento, cuidándome.

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*Nᴏ, ɴᴏ ᴇsᴛá ᴄᴏᴍᴘʀᴏʙᴀᴅᴏ, ᴇs ᴜɴᴀ ᴠɪʟ ᴍᴇɴᴛɪʀᴀ ᴘᴀʀᴀ ǫᴜᴇ ᴍᴇ ᴄᴏᴍᴇɴᴛᴇɴ ʟᴏs ᴘᴏsᴛ. Sɪ ᴀ ᴜsᴛᴇᴅ ʟᴇ ᴅᴀ ᴜɴ ᴘᴀʀᴏ ᴄᴀʀᴅɪᴀᴄᴏ ᴀ ᴘᴇsᴀʀ ᴅᴇ ᴄᴏᴍᴇɴᴛᴀʀᴍᴇ, ɴᴏ ᴍᴇ ᴄᴜʟᴘᴇ, ᴛᴀᴍᴘᴏᴄᴏ ᴠᴇɴɢᴀ ᴀ ᴘᴇɴᴀʀᴍᴇ sɪ ᴇs ǫᴜᴇ sᴇ ᴍᴜᴇʀᴇ.