martes, diciembre 11, 2012

Inspiración villancística.

Era un cambio curioso. 

No sabía qué le descolocaba más, si la sensación de tener que estar viviendo otra hora del día y ver todo oscuro o el hecho de que hubiera nieve agolpándose en cada ventana; quizás era aún más rara la compañía, pero no quería pensar en aquello. Tratando de asegurarse de la realidad de su situación, decidió aferrarse con más fuerza a su tazón de chocolate caliente. La persona sentada frente a ella alzó las cejas con aire divertido, sus pecas doradas brillando con el danzar del fuego en la chimenea.

—Deberías aprovechar el tiempo en algo más productivo que el preguntarte si en verdad estás aquí —le dijo. Sólo en ese momento se dio cuenta de cuánto había extrañado aquella pizca traviesa que siempre adornaba sus palabras.

—Perdona si no estoy saltando de felicidad, señorita "aprovecha el tiempo", creí que había dejado de lado estas cosas, ¿sabes? —suspiró con el ceño fruncido y decidió que tal vez sería más digno mirar el fuego en lugar de aquellos ojos verdes que parecían leer cada rincón de su alma—. Tú por tu lado, yo por el mío... Creo que las cosas son menos complicadas de ese modo.

—Oh, lo son. Nunca he dicho que las cosas sean más sencillas cuando nosotros estamos involucrados. Pero comúnmente las cosas complicadas son las que separan una vida común de una remarcable. Y yo sé que tú no quieres una vida común.

—Tal vez ahora la quiera —respondió en un murmullo atropellado, sintiendo la necesidad de defenderse de aquellas palabras acusadoras.

Por el rabillo del ojo pudo ver como la otra persona sonreía. Una parte de ella tuvo que resistir las ganas de empaparle la cara con lo que quedaba del chocolate. Sería lindo, se dijo, combinaría bien con su nuevo color de pelo.

—¿Tú? —dijo la chica—. ¿Estamos hablando de la misma persona? Podrás tratar de convencerte de muchas cosas ahora, Astérie, pero esa definitivamente ni siquiera podrías creértela tú.

—No trates de darme ese tipo de sermones. ¿Estoy hablando yo con la misma persona? ¡Mírate! —se puso de pie y la señaló, airada—. Si tienes los mismos ojos no creo que sea más que coincidencia.

En lugar de sentirse intimidada por sus reclamos, la otra muchacha se puso de pie también; su cabello rojo parecía cambiar de tonalidad en la penumbra del fuego. Su nueva altura era imponente, pero su acompañante no retrocedió ni un centímetro. Si algo le quedaba de todos los años de conocerla, a pesar de los acontecimiento ocurridos en el último tiempo, era el tener las agallas para hacerle frente.

—¿Es eso lo que te molesta? ¿Que me vea distinta? —la luz del fuego parpadeó por un instante, al siguiente ya no estaba frente a ella la esbelta pelirroja, sino el rostro familiar de su amiga de la infancia. Ni siquiera mostró sorpresa debido al enfado que le invadía en aquel momento—. ¿Esto quieres? O quizás te sientas más cómoda si ni siquiera me puedes reconocer.

La habitación se oscureció una vez más. Cuando la luz volvió, se encontró frente a un hombre de su edad, el rostro contraído con furia de la misma forma que la chica que antes había ocupado su lugar. Dio un paso hacia atrás, confudida.

Algo debió haber tenido su rostro, porque la expresión del muchacho se suavizó al verle. Mientras le miraba, una especie de regocijo le invadió al darse cuenta que los ojos del chico conservaban el verde carácterístico de los ojos de su amiga.

—Lo siento —le escuchó decir. Pudo notar por la forma en que se movía sus intenciones de acercarse. Rápidamente alzó una mano, impidiéndole dar cualquier paso.

El silencio era tan intenso que hasta daba la impresión de que el fuego había dejado de crepitar.

—Eres rara —dijo después de unos instantes. La chica —ahora chico— frente a ella le observó con genuina sorpresa—. O raro, ya no sé... ¿Era realmente necesario esto?

El joven se revolvió incómodo, luego le frunció el ceño como si todo fuera culpa de ella; aquello le hizo sonreír un poco, como en los viejos tiempos.

—Se supone que los ángeles somos asexuados, así que no importa realmente la forma que tome. Y sabes que me gusta ser dramático.

Esperó un momento, tratando de ver si así los últimos segundos de su vida tenían algo de sentido. Al ver que no, se cubrió la cara con las manos, volvió a sentarse y rompió a reír —aunque, tal vez, sería más adecuado decir que aquello era una especie de risa/llanto nervioso que de humor no tenía mucho—.

—Astérie... —susurró el muchacho, tan suave como se le hablaría a un animal asustado. Por el espacio entre sus dedos, pudo ver que se acercaba lentamente hacia ella. Cerró los ojos con fuerza, como si esperara que con eso él —o ella; cielo santo, estúpido ángel— dejara de avanzar.

Cuando volvió a mirar, el mismo par de ojos verdes le devolvían la mirada, sin embargo, esta vez el rostro era conocido. Suspiró con genuino alivio e intentó componer la expresión más indignada que podía en aquellas condiciones.

—Si vuelves a hacer algo así —dijo, su voz temblorosa—, juro que no vuelvo a hablarte nunca más. Nunca más.

El ángel le sonrió con aquella sonrisa apenada que ella conocía tan bien. Por alguna razón, ese simple gesto le hizo reír; se acomodó en su asiento y se secó el par de lágrimas solitarias que habían escapado de sus ojos.

—Ya, perdón... —dijo la chica, acercándole otra vez la taza de chocolate —ya frío, a estas alturas— en un intento de ser amable—. Asusta lo fácil que puedes sacarme de mis casillas, pensé que con el tiempo eso iba a cambiar.

—Por favor, ¿crees que voy a dejar de hacer enfadar a mi mejor amiga así como así? Me da absolutamente igual que seas un ángel, eso no cambia nada.

Los ojos verdes de la muchacha resplandecieron con sorna mientras resoplaba.

—No te conocería como te conozco si no esperara eso de ti, tonta.

Rió flojamente y miró la nieve caer por la ventana. Todo esto le agotaba de una manera que no creía posible; los ángeles por todos lados —y que, así como iban, nunca la dejarían en paz—, los amigos que no eran amigos y las personas que nunca existieron... Ella creía que era suficiente para un buen par de vidas, el hecho de tener que lidiar con todo sola (pues finalmente, por mucho que ese ángel en particular estuviera ahí, no era mucho lo que podían hablar debido a las circunstancias) era todavía más triste. ¿Se arrepentía de haber buscando tanto a los ángeles? Probablemente no, pero de todas formas estaba muy cansada. A veces se preguntaba si no podía ser un ángel ella también para que le arrancaran el corazón y que todo esto pudiera dejar de importarle.

—Quiero que me cantes un villancico —pidió el ángel. Astérie no se había dado cuenta de todo el tiempo que habían pasado en silencio.

—¿Un villancico? Ni siquiera es navidad aún...

—Lo más probable es que tengamos sólo este momento. Por favor, cántame un villancico. El piano está ahí para ti, sé que has mejorado tocándolo.

—Preferiría una guitarra —dijo—, los villancicos suenan más personales de esa manera. ¿Cuál quieres que te cante?

—Tu favorito, el de los ángeles. Me gusta como cantas el "Gloria in excelsis Deo", pareces un ángel tú también.

Tomó una guitarra y rió un poco, luego rodó los ojos mientras afinaba las cuerdas. Por supuesto que quería que cantara ese.

—Eres rara, muy rara. Si vuelvo a visitarte será solamente por Abbey Road.

Los acordes se hicieron familiares en sus manos, el mundo desapareció y sólo fue consciente del sonido de su voz haciendo armonía con las notas. Por el más breve de los momentos pudo hacerse creer que aquella era sólo una navidad más en la vieja casa en medio del campo, que no todo estaba demolido y que la vida era mucho más sencilla; que los ángeles sólo estaban en sus libros y sus figuritas y que su corazón estaba aún medianamente utilizable. En aquel momento, ella aún estaba esperando por aquella persona que vendría y haría de su vida una aventura, sin destruír sus esperanzas de paso.