martes, julio 02, 2013

Un cuentito.

Tengo una amiga atemporal.

Pareciera que las horas, los días y los años pasan por su lado sin siquiera mirarla, tan inofensivos como la caricia del viento. Pareciera que saben que no deben prestarle atención porque, simplemente, ella no está bajo su jurisdicción.  

Yo sé que no está bajo su jurisdicción.

Tiene un cumpleaños, pero desde hace un par de años la fecha ha dejado de cumplir su propósito. Ya no hay nadie a quien engañar. A veces, cuando me siento particularmente nostálgica, me da por mirar fotos donde sopla las velas con una sonrisa en la cara; probablemente no era una sonrisa fingida, le conozco lo suficiente para saber que si yo era feliz celebrando su cumpleaños, ella también lo era. No sé si decir que las cosas eran más sencillas en ese entonces.

La fecha tiene aún cierto significado para mí, sirve para recordarla. A veces recuerdo cuando me dejaba tocar su piano porque ella nunca se molestó en aprender (me pregunto si eso era verdad), otras veces me pongo a preguntarle a la nada si ese error que cometió tenía un propósito. La mayoría del tiempo lo uso para pensar en cómo cobrarle por esos tres años gastados.

Es curioso, porque tal vez pensar en ella en esa fecha hace que cada año venga, eventualmente, a tomar una taza de té conmigo. Ella trae la torta.

Este año llegó hace un par de días. Ya no la esperaba, nunca había venido tan tarde. Creo que, en el fondo, es la prueba que me faltaba para confirmar que he aprendido a dejar de necesitar locamente ciertas cosas, ciertas personas. Cuando me vio, me dio esa sonrisa extraña que apareció en su cara cuando dejó de ser parte de mi mundo normal, hace unos años. Hay pocas veces desde ese entonces en que la he visto sonreírme como antes.

Hablamos mucho. Uno pensaría que una tarde no es suficiente para ponerse al día de todo, pero nosotras sabemos hacer cundir el tiempo. Le conté de las cosas que me han mantenido con rabia (ya no hay tristeza, sólo lástima, mucha lástima), de muchas otras cosas que sabía que le harían reír, me di tiempo, también, para enumerar todo lo que he hecho.

Le dije que me siento contenta, sola (de esa soledad deliciosa que te hace sentir capaz de hacer todo lo que quieras sin que nadie te cuestione, sin que nadie te limite)... Le dije que me siento libre.

Soy una persona que habla poco, la mayoría del tiempo prefiero escuchar. Y, aún así, es increíble que yo haya llevado la conversación la mayoría del tiempo. Como siempre, ella me cuenta poco y nada sobre lo que hace, sobre lo que siente.

Y, aún así, sé que la conozco por completo.

Al final de la tarde, nos despedimos. Me dio un beso en la frente y me dijo que iba a estar ahí. No lo dudo.