Después me doy cuenta que no importa, realmente. Que esto es sólo para mí.
Me dan ganas de desdoblarme y preguntarme, a ver qué chivas me doy a mí misma. Siento que lentamente voy encontrando un balance —libra, libra, libra— sin siquiera buscarlo, que creo que es a lo que uno tendría que tender. Si no, las cosas se ven un poquito forzadas.
No tecleo tanto ya, me cuesta darme estos tiempos, pero cuando lo hago todo vuelve súper fluido. Como agua, como brisa. Incluso si tengo las manos frías, como ahora.
Pero los momentitos están ahí. Cuando hago mi cama, cuando busco que mi pieza se vea bonita. Cuando miro el fondo de mi celular.
Diez años atrás me miraría y diría:
Wow.