domingo, junio 28, 2020

La espera (o el existir) eterno.

Especial como soy, a veces me viene la ansiedad de querer tener todo lo que espero ahora, sobre todo cuando lo que sea que me tiene dando vueltas en este mundo me manda señales de que seguramente no estoy sola en mis fantasías diarias y que, en algún lugar, hay personas con estas mismas ansias de más a las que seguramente se les hincha el pecho igual que a mí cuando me pongo a pensar mucho en esos sueños.

En la realidad, somos siete billones de personas en esta esferita azul que flota en la nada y, por mucho que quiera, no puedo controlar la magia que me va a hacer —o no (es una posibilidad, una que no quiero pero que existe al fin y al cabo)— cruzar caminos con estas personas. A veces es difícil llevar la luz y las chispas, la forma distinta de enfrentar este mundo sola. Me da miedo que me ganen en encontrar a estos individuos hipotéticos por mucho que a mí no me moleste esperar. Esos son los momentos en que, creo, me falta la piel y el toque humano, y el encierro debe contribuir un montón a sentir esos vacíos con más fuerza.

Me gusta mucho pensar en la yo de diez años atrás que esperaba exactamente lo mismo y saber que no la decepciono. Que, a pesar de diez años más de espera, no me rindo. Que no por estar sola, voy a ser menos feliz. Y, tengo que admitir: fantasear con personajes ficticios lo hacía mucho más fácil, porque en el fondo sabía que no los iba a poder encontrar. Soy más valiente ahora, porque tengo ese confort y aún así decido mirar afuera.

La incomodidad

Creo que el último año ha sido repetirme constantemente que las emociones no son buenas ni malas; sólo son. Me lo repito por trabajo, por suerte, pero también sirve como una especie de recordatorio para momentos muy puntuales.

Como este.

No suelo sentir esta clase de incomodidad a menudo, lo que me hace estar todavía más vigilante de mis actitudes, como desastrosa libra que soy. Eso pasa cuando uno trata de pasar la vida intentando no quitarle derechos a nadie y, en general, buscando formas de ayudar a que todos tengamos dignidad y un buen pasar en este mundo.

Será el encierro, que impide que uno pueda moverse, o el hecho de que en las últimas semanas esto del activismo performativo ha salido mucho a colación, cosa que igual es buena. Pero es cierto que la digitalidad es cómoda, que llenar de cosas para visibilizar y sentirte bien con eso es cómodo.

"Pero yo pongo el cuerpo", me digo.

Y sí, lo hago, pero eso no es un ticket de permiso para dejar de cuestionarse, para dejar de intentar hacerlo mejor. Para no conformarse.

Esta incomodidad, en cierto modo, es bacán. Me avisa que envejezco, pero que al menos intento no arrastrar malos hábitos.

jueves, junio 25, 2020

Siiiiii(...)iiiiigh.

¿Cuándo se acabará esto de ofrecer la mano y que te tironeen del brazo entero?

lunes, junio 22, 2020

Si la luna lo permite...

Se siente el crecimiento. La cautela.

No que no lo esté disfrutando de todos modos.

sábado, junio 20, 2020

Algún día, si soy famosa.

No sé si llegarán al punto de analizar mi mundo interno, pero como he podido ver, es muy difícil que realmente alguien logre interpretar lo que pasa por la mente y el corazón de una persona todo el tiempo.

Es probable que le atinen muy bajo o muy alto: se van a formar una idea de alguien muy trivial o, de lo contrario, van a armar a alguien con un cerebro de galaxia muy grande que seguramente me va a dar envidia. Con enlaces y pensamientos y referencias que ni en un millón de años se me hubiesen podido ocurrir.

El ejercicio de imaginarlo es curioso. Hay cosas que son muy obvias para mí que el resto ni siquiera parece lograr registrar. Cosas mías, que me hacen yo, que ni la persona que más tiempo ha vivido conmigo parece poder identificar. Pero así funcionan los mundos internos, para eso están hechos. Y está bien así.

(Sí, puede que esté haciendo una competencia con mi contador de entradas anuales)

A veces —y en los últimos años con infuriante frecuencia—, la normalidad parecía absorberle. Le nublaba los ojos y ralentizaba sus pensamientos. Las invisibles garras, inclementes, le agarraban y retenían hasta hacerle incapaz de recordar poco más que su nombre y lo básico para sobrevivir. Días, noches, semanas interminables que se repetían en el mismo patrón. Y, a veces, lo que más le asustaba era llegar a pensar que, en realidad, vivir así no era tan malo.

Y en cierto modo, tenía razón; vivir así no era malo, pero sí muy aburrido. Hasta mediocre. Todos podrían vivir así, todos podrían pasearse por esta vida sin hacer mucho más que existir.

Pero para alguien que constantemente buscaba lo extraordinario, vivir así definitivamente no era suficiente.

jueves, junio 18, 2020

¿Es rencor?

¿Es orgullo herido? ¿Es envidia? ¿Es tener humanidad?

No sé. Tampoco sé si alguna vez logre saberlo con claridad.

Quizás juzgo más fuerte por todas estas cosas. Quizás es cierto que soy más dura con la gente que quiero o he querido mucho. Quizás, es verdad que como pongo mi corazón ahí, mis expectativas de cómo son como persona suben inmensamente. Aquí, en este caso particular, creo, pega un poco como si fuese un familiar: un montón de años fueron compartidos con mucha fuerza e intensidad; vergüenzas, risas, gustos afines, compañía.

Y las cosas cambian, uno cambia, los otros cambian. Los caminos se separan y te preguntas si es tu culpa que se hayan separado o sólo estaba destinado a pasar así. Tú reniegas de cosas y otros se meten más en el cuento, y al mismo tiempo parece que ese cuento requiere un cambio completo de personalidad y formas de relacionarse. Tomas distancia, pasan más cosas, te pasan más cosas. Te guardas, te cuidas.

Y se te reprocha y te da más rabia y el camino se ve cada vez más distante del tuyo. Tanto, que hay otros caminos más cercanos que quedan en medio. Puedes ver como esos dos caminos interactúan, se unen, se desunen. Un camino pasa por encima del otro y ya no parece un paseo tan bonito.

Te da más rabia. ¿Lo peor? No puedes hacer mucho porque tu camino está lejos y se sigue alejando. Y parece que no vas a retroceder en tus pasos.

Dios, cómo odio a los psicólogos.

miércoles, junio 17, 2020

El checklist de la obsesión.

[  ] Ser bonitos.
[  ] Cute hairstyles.
[  ] Meaningful lyrics.
[  ] Melodías que me aprietan el corazón en el mejor de los sentidos.
[  ] Personalidades de dorks.
[  ] Material para hacer mi imaginación volar.
[  ] Capacidad para mejorarme el día en un instante.

martes, junio 16, 2020

Nowhere man, can't you see me at all?

De repente hay muchas cosas que me hacen creer en eso de que el tiempo es circular.

Cosas de la Catie de antes y la Catie de ahora que se repiten como si sólo nos hubiésemos dicho un hasta luego. La expectación, el soñar despierta, el entusiasmarnos por las mismas cosas, igual y diferentes a la vez. Igual como las distintas.

Quizás la baby, baby Catie era pitonisa también. Quién sabe. Parece que tengo esa facultad maravillosa de andarme sorprendiendo a mí misma constantemente.

Por ahora, me quedo con esas cosas suaves, simples. El disfrutar una música que te hace sentir bien y escuchar discos, tras discos, tras discos, perdida en un mundazo precioso y lleno de color y poesía, letras y melodías que parecen cantarme de una manera especial hecha sólo para mí.

martes, junio 09, 2020

Y resulta que mi psicóloga (una vez más) tenía razón.

Uno comienza a comportarse de forma auténtica, a hacerlo porque y no por el resto...

... y las cosas que andabas buscando llegan solas.

lunes, junio 08, 2020

El /crecer/.

Cuando eres chico, te acostumbras a recibir, recibir, recibir. Comida, cariño, cobijo, abrazos, risas. Cuidado.

Conforme pasa el tiempo, vas aprendiendo a dar cosas también. Porque te nace, porque te es cómodo dar en ese momento. Creces un poco más y te vuelves consciente de que dar es algo bueno, que uno tiene que tender a dar aunque no sea cómodo todo el tiempo. Hay que pensar en el otro y, si entre todos damos, todos recibimos un poquito también.

Así, nadie está obligado a dar de más.

Pasa más tiempo y ya no recibes tanto. Tú tienes que darte la comida; recibes cariño, sí, pero se entiende que tienes que darlo de vuelta. Te entregas cobijo, das y recibes abrazos, risas. La mayoría del tiempo te cuidas solo.

Y yo sé que es genial recibir todas esas cosas, para qué vamos a mentir; a nadie le molesta recibir. Pero crecer y dártelas tú mismo también es humano. Para el otro, sobre todo.

viernes, junio 05, 2020

A veces me gusta pretender que el viento y yo somos cómplices.

Mientras camino, finjo que una fuerza invisible toma nota de mis pasos. Esta entidad observa cuidadosamente mientras cruzo la calle y le sonrío a las hojas en el suelo. Pausa un segundo, justo como yo, cuando la accidental paleta de colores —un pedacito de arte en medio de lo cotidiano— me roba el aire de los pulmones. Quizás, igual que yo, busca desesperadamente cosas bonitas para sentirse bien.

Y ahí es donde nuestra camaradería empieza. Un acuerdo implícito del que ninguno de los dos habla. Yo soy el cuerpo, la materialidad que tanto ansía; el viento es esa extensión invisible a la que no puedo acceder: la magia de diario. Yo doy un paso tras otro, con las manos en los bolsillos porque hace un poco de frío, y la brisa mueve los árboles y mi pelo, y vuelvo a sonreír porque sólo puedo imaginar cómo se ve desde fuera. Un trozo de arte, yo también.

En ocasiones nos volvemos un lienzo completo; el viento, las hojas, el cielo y yo: una mezcla de palpitaciones, luz y sombras que acompañan la más grande explosión de colores, el espectáculo diario cronometrado para mis ojos. Lilas, rosas, naranjas suaves, las nubes, suaves también, mi corazón acompañado en la suavidad.

El viento, cuidándome.

lunes, junio 01, 2020

Lazos.

Ya, tengo que admitir que sí es un poquito como forzado. Prendo el notebook sólo para darme este ratito para escribir, pero también es porque quiero. Como que reabrí una cosa que ya no está en mi control, que ya agarró poder por sí sola; el verme ahí en un cúmulo de letras que luego no son letras y que, sin yo saberlo muy bien, se vuelven un pedacito de mí. Me secuestran las manos y me susurran al oído que las adorne como hacía antes, que busque palabras de muchas sílabas que suenen bonito, pero creo que todavía me queda un poco de reticencia: Hay otro susurro un poco más quieto que me pregunta si el querer hacer eso no es como emular algo de forma artificial.

Luego, mientras escribo, mientras la noche está quieta y sólo me acompaña el silencioso ronroneo del disco duro y el tac tac tac de mi tecleo, me doy cuenta que he caído en lo mismo, y solita me respondo que tengo que dejar de pensar en mí como dos personas de un antes y un después, que somos la misma, que siempre lo hemos sido. Antes me describía en capas, tenía claro cuándo salía una y cuándo la otra; creo que es la itinerancia de cada una lo que ha cambiado y me ha hecho creer que sólo porque una yo se haya quedado más tiempo fuera, las otras desaparecieron.

Es chistoso esto de los mensajes, de las señales y de las cosas que de improviso llaman tu atención para darte claridad en algo. El otro día, leí que en la vida hay que ser pétalo y espina, y creo que lo entiendo.

Una flor sólo es flor, no importa qué parte de ella estés mirando.