Acostumbrarse al rechazo. Huh, tremendísimas palabras.
Les he estado dando vueltas un montón, porque me lo aconsejaron y ahora que lloro de nuevo se me vienen inevitablemente a la cabeza.
Suena fuertemente a derrota. A tirar toallas. A, de nuevo, quitarle un poco más de magia y esperanza al mundo. Suena, penosamente, a conformarme.
Acostumbrarse al rechazo, porque a veces la atención no es suficiente, la bondad no es suficiente, el amor no es suficiente. Y no es mi culpa, ni la de nadie, en realidad. El mundo está hecho de esta forma fea y cruel, donde hay que esconder el interés o, mejor, no sentirlo así, tan fuerte, y mantener las opciones abiertas.
Cuando lloro porque tengo que acostumbrarme al rechazo, no lo hago por la situación puntual que me desató las lágrimas. Lo hago por la de antes. Y la de antes.
Puedo tener muchas patas en mi silla para no caerme, pero mi corazón es otra cosa; si aún no me acostumbro, me aterra pensar cuántos rechazos me hacen falta para alcanzar esa insensibilidad.
Acostumbrarse al rechazo me hace pensar en alguien que no conozco, que no soy, y que no sé si voy a reconocer si le logro materializar en existencia.
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*Nᴏ, ɴᴏ ᴇsᴛá ᴄᴏᴍᴘʀᴏʙᴀᴅᴏ, ᴇs ᴜɴᴀ ᴠɪʟ ᴍᴇɴᴛɪʀᴀ ᴘᴀʀᴀ ǫᴜᴇ ᴍᴇ ᴄᴏᴍᴇɴᴛᴇɴ ʟᴏs ᴘᴏsᴛ. Sɪ ᴀ ᴜsᴛᴇᴅ ʟᴇ ᴅᴀ ᴜɴ ᴘᴀʀᴏ ᴄᴀʀᴅɪᴀᴄᴏ ᴀ ᴘᴇsᴀʀ ᴅᴇ ᴄᴏᴍᴇɴᴛᴀʀᴍᴇ, ɴᴏ ᴍᴇ ᴄᴜʟᴘᴇ, ᴛᴀᴍᴘᴏᴄᴏ ᴠᴇɴɢᴀ ᴀ ᴘᴇɴᴀʀᴍᴇ sɪ ᴇs ǫᴜᴇ sᴇ ᴍᴜᴇʀᴇ.