domingo, marzo 23, 2025

La filosofía moral.

 He querido escribir toda la semana acá, pero he tenido tanto pensamiento enganchando el uno del otro que no es sino hasta hoy que me decido a sentarme y dejar las ideas fluir.

 Este es el filtro, un poco; el decantado bonito de las ideas. El vino sin los restos de fruta. La fruta se la deja la Hobonichi, entre timbres bonitos y recuentos del día a día. Ahí me quejé de los pacos el día que me pararon por andar en bici en la vereda (estúpidos), y el día que descubrí la limerencia. Ahí he comentado de mis libros y mis ideas como la providencia manda: Con lápiz y papel.

 Me acuerdo que partí esta semana queriendo hablar de cómo el capitalismo se come hasta nuestras relaciones sociales y hoy me encuentro haciendo un análisis de cómo este pedacito de espacio en internet igual se volvió una versión más glamorizada de mi vómito de palabras. Acá, ahora pienso antes de escribir.

 Pero vamos pensando en la limerencia y en el masking, en cómo una de mis compañeras de trabajo dijo que no se podía dudar mi autismo porque lo primero que se me ocurre cuando un paco me para en la calle es leerle la ley de manera textual para que se dé cuenta de que es tonto y yo sé más que él. ¿Qué iba a hacer, de todas formas? ¿Aceptar que estaba en lo correcto sólo porque es un agente de la ley? Chao. Y lo siguiente que pensé es que definitivamente tengo que terminar de tramitar mi credencial de discapacidad.

 Chistoso, ¿no?

El lunes hablaba con el Cristian sobre la limerencia. Cuando me apareció el video explicativo fue como ¡¡¡!!!, porque vaya que es acertado. Después, cuando busqué la definición para la sesión con el psicólogo, me asusté un poco, como cuando empecé a escuchar a la gente neurotípica hablar de la neurodivergencia. Creo que ellos han sido la razón por la que me he resistido tanto a un diagnóstico oficial. Si nadie sabe lo que soy y ya me tratan así, sólo puede ponerse peor cuando tengan la confirmación.

Al menos, me dije al final, estos días, voy a tener un papelito para restregarles en la cara que por ley tienen que tratarme bien. Algo es algo.

La cosa es que empecé a explicar la limerencia con vergüenza, casi excusándome un poco. ¿Quién va a querer a alguien obsesivo, con aquella intensidad tan difícil de manejar? La sociedad nos dice que eso no está bien, que es malo. Mi experiencia me lo dice también. Cristian, compasivo como siempre, me dijo que no puedo comparar mi experiencia relacional a la de una persona neurotípica. Y llegamos a la analogía de los cuicos y los pobres, alguien con abundancia de agua y alguien que vive en sequía: Si yo no tengo conexión como la otra gente, si me cuesta, si los otros tienen amor y amistad como si fuese una catarata lanzándoles agua a la cara, tanto que les satura, ¿cómo yo no voy a luchar con uñas y dientes para que me caiga más que una mísera gota de agua? Y me tuve compasión, y pensé en cuánto masking he hecho a lo largo del tiempo para no molestar.

 Pensé en la limerencia y en los objetos de mi limerencia por harto rato. En cómo he tenido que sobrevivir al perderlos como si me arrancaran un pedacito de mí misma, a veces. Me dio pena, pero también sentí calma al entender. El Cristian también me vio más tranquila.

 Tal vez eso le hizo preguntar algo que, por fuera, se veía bastante inofensivo. En su serie de preguntas para intentar comprenderme a mí y a mis procesos dijo esto:

 ¿Y cómo actúas cuando vuelven?

Yo le miré confundida, porque ni idea de lo que estaba hablando. ¿Quiénes vuelven?, le pregunté.

Estas personas que has dejado atrás.

Y me dio como pena, lástima, no sé si por él, por su ingenuidad, o por mí. Creo que me reí un poco y le respondí que ninguna ha vuelto, nunca. Y que no creo que lo hagan. La que tiene dificultad para soltar y extraña hasta el fin de sus días soy yo. En un momento de mucha honestidad, le dije que las puertas siempre están abiertas, que si alguno volviera lo recibiría con los brazos abiertos, esperando que ambos hubiésemos crecido entre aquel pasar del tiempo y la distancia. Siempre habría un "Hola" de mi parte, un consuelo y un abrazo de ser necesario.

Le dije que soy un Rousseau: La gente es inherentemente buena y todos podemos crecer, cambiar, ser mejores.

El Cristian me sonrió con la misma melancolía que yo sentía en ese momento y me dijo algo que, por fin, me hizo darle un poco de sentido a lo que elegí estudiar un día a los dieciocho:

 Si no creyéramos eso, no podríamos trabajar en lo que trabajamos.

Y, bueno, me condené solita.

domingo, marzo 16, 2025

This won't be our last memory.

 Don't say goodbye like you're burying him,

'cause the world is round and he might return.

lunes, marzo 10, 2025

El balance.

 Por un lado, aliviada.

Viena y Saturno

 Este último tiempo ha servido para desenterrar todas las enseñanzas. Y como son enseñanzas, claramente no es la primera vez que me pasa.

Si tuviese que describirlo en una palabra sería divergente, como ese libro que nunca leí. O diverso, si tuviese más ganas.

Disidencia, si no quisiera llevarlo con ternura.

El punto es la otredad, esa otredad que siento día a día con el mundo, más fuerte a veces, más enmascarada en otras. Con el tiempo, esa otredad brotó en la semilla del darse cuenta que el mundo esperaba una performance de mi parte y nadie me había avisado.

Lo que en mi infancia era quirky, chistoso, extraordinario y prometedor ya con los años no lo era tanto, porque se me habían olvidado algunas cosas de una lista que nunca accedí a cumplir. De nuevo, sin aviso: Seriedad, aterrizaje, un lindo trabajo y lindas casitas con lindas familias y lindos hijitos.

Al principio, era entretenido rebelarse, pero poco a poco me fui quedando sola en la rebeldía.

Ah, la soledad.

La gente dice que a los autistas no nos interesa lo social, el mal entendimiento es que sí nos interesa, y mucho, y damos el todo por esos momentos en donde sentimos que pertenecemos. Tanto, que queremos quedarnos ahí para siempre. El problema, al final, es que a la neurotipia no le gusta quedarse con nosotros.

Yo no sé si con el mundo queer será lo mismo; eso es lo curioso de la interseccionalidad. Al final me discriminan por autista, que se nota más, que por bisexual, pero supongo que si fuera bi solamente igual sentiría la presión de la experiencia romántica convencional. ¿Cuántas veces más tendré que sonreír por relatos insípidos? Yo siempre dije que quería algo extraordinario, y creo que sigo fiel a mi palabra a pesar de todo.

La gente se rinde. Los otros se rinden. La infancia es bonita porque la gente tiene esperanza, sueños, intensidad y ganas, sueña lo imposible y ama lo imposible. Y uno, un otro ingenuo, cree que podrá congeniar para siempre con esas cosas.

Pero parpadeas y, plop, el ciclo vital se los lleva.

Lo bueno (siempre hay bueno) es que uno no pasó su vueltita de Saturno por nada. Como alguien místico que ya no es tan místico me dijo una vez: Esas lecciones son duras, pero son lecciones.

Creo que ya se mejor quién soy, quién quiero ser, a pesar del costo que tenga eso, las lágrimas. La fantasía no se pierde tan fácil, y en estos momentos de incertidumbre es importante saber que no hay apuro, no realmente.

Queda tanto, tanto tiempo. Y ese es el alivio más lindo, el abrazo más reconfortante.

Las palabras siguen siendo ciertas: Viena espera por mí.

miércoles, marzo 05, 2025

Amanda.

 A la Amanda me la crucé ayer. Tiene 11 años y va en sexto, se ríe mucho con sus amigos en la sala de clases. No sé cuál es su nacionalidad.

No había reparado en ella antes, o quizás estaba más preocupada de otros estudiantes, los que sí me corresponde asistir. Incluso ayer, no la percibí del todo hasta que estuve al frente de la sala con todos esos onceañeros atentos a la clase.

Lo primero que noté es que usa lentes con mucho aumento. Se le ven los ojitos chiquitísimos, y me da mucha ternura.

Como cuando--

Casi al lado de ella hay un niño al que le gusta mucho Colo-Colo y, al otro lado, otro niño al que la Amanda le saca casi una cabeza de estatura. Pienso que va a crecer y crecer, altísima, larguirucha igual que ahora.

Tiene el pelo con volumen, pero no tiene rulitos. Me la imaginé con ellos y me dolió un poco el corazón; rulitos oscuros que le rodean la cabeza como un halo. Y una sonrisa. Y esos lentes con tanto, tanto aumento.

Recordé--

-- y volví. Hoy, después de haber estado de nuevo en esa sala, deseé con todas mis fuerzas que nunca se sienta sola, que en el colegio no la molesten, que tenga una familia que le ame y que, si tiene una mascota, que viva mucho y tenga buena salud. Que salga al sol y tenga hobbies sanos y muchas cosas hermosas en ese futuro que tiene por delante. Incierto, sí, pero ojalá brillante, también.

Ayer, atacada por aquella sorpresiva carita familiar, me di un pequeño lujo:

Cuando tocó hacer los ejercicios de matemáticas en la pizarra y la mitad del curso levantó la mano, la elegí a ella primero.