Este último tiempo ha servido para desenterrar todas las enseñanzas. Y como son enseñanzas, claramente no es la primera vez que me pasa.
Si tuviese que describirlo en una palabra sería divergente, como ese libro que nunca leí. O diverso, si tuviese más ganas.
Disidencia, si no quisiera llevarlo con ternura.
El punto es la otredad, esa otredad que siento día a día con el mundo, más fuerte a veces, más enmascarada en otras. Con el tiempo, esa otredad brotó en la semilla del darse cuenta que el mundo esperaba una performance de mi parte y nadie me había avisado.
Lo que en mi infancia era quirky, chistoso, extraordinario y prometedor ya con los años no lo era tanto, porque se me habían olvidado algunas cosas de una lista que nunca accedí a cumplir. De nuevo, sin aviso: Seriedad, aterrizaje, un lindo trabajo y lindas casitas con lindas familias y lindos hijitos.
Al principio, era entretenido rebelarse, pero poco a poco me fui quedando sola en la rebeldía.
Ah, la soledad.
La gente dice que a los autistas no nos interesa lo social, el mal entendimiento es que sí nos interesa, y mucho, y damos el todo por esos momentos en donde sentimos que pertenecemos. Tanto, que queremos quedarnos ahí para siempre. El problema, al final, es que a la neurotipia no le gusta quedarse con nosotros.
Yo no sé si con el mundo queer será lo mismo; eso es lo curioso de la interseccionalidad. Al final me discriminan por autista, que se nota más, que por bisexual, pero supongo que si fuera bi solamente igual sentiría la presión de la experiencia romántica convencional. ¿Cuántas veces más tendré que sonreír por relatos insípidos? Yo siempre dije que quería algo extraordinario, y creo que sigo fiel a mi palabra a pesar de todo.
La gente se rinde. Los otros se rinden. La infancia es bonita porque la gente tiene esperanza, sueños, intensidad y ganas, sueña lo imposible y ama lo imposible. Y uno, un otro ingenuo, cree que podrá congeniar para siempre con esas cosas.
Pero parpadeas y, plop, el ciclo vital se los lleva.
Lo bueno (siempre hay bueno) es que uno no pasó su vueltita de Saturno por nada. Como alguien místico que ya no es tan místico me dijo una vez: Esas lecciones son duras, pero son lecciones.
Creo que ya se mejor quién soy, quién quiero ser, a pesar del costo que tenga eso, las lágrimas. La fantasía no se pierde tan fácil, y en estos momentos de incertidumbre es importante saber que no hay apuro, no realmente.
Queda tanto, tanto tiempo. Y ese es el alivio más lindo, el abrazo más reconfortante.
Las palabras siguen siendo ciertas: Viena espera por mí.
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